martes, 25 de febrero de 2014

El Sermón del Hombre Pobre

El Maestro Eckhart: El Sermón del Hombre Pobre

Por la boca de la Sabiduría la beatitud dijo:
"Bienaventurados los pobres de espíritu pues de ellos es el Reino de los Cielos". Los  ángeles, los santos y todo lo que ha nacido jamás deben acallarse cuando la eterna Sabiduría del Padre habla. Porque toda la sabiduría de los ángeles y de todas las criaturas es pura necedad ante la insondable sabiduría de Dios.
Esta ha dicho que "son bienaventurados los pobres". Ahora bien, hay dos clases de pobreza. Una exterior, es buena y hay que alabarla en el hombre que la posee y la asume voluntariamente por amor de Nuestro Señor Jesucristo, como El mismo la asumió en la tierra. Sobre esta pobreza no quiero decir más. Pero según las palabras de nuestro Señor existe otra pobreza, una pobreza interior, cuando dice: "Bienaventurados son los pobres de espíritu".
Os ruego que estéis en esa actitud de pobreza para poder comprender este sermón, pues os lo digo en nombre de la Verdad eterna: si no os asemejáis a esta Verdad de la que ahora queremos hablar, no podréis comprenderme.
Algunas personas me han preguntado que es la pobreza en sí misma y qué es un hombre pobre. Ahora queremos responder. El obispo Alberto dice que un hombre pobre es aquel que no puede contentarse con todas las cosas creadas por Dios, y es justo. Pero nosotros diremos más y consideraremos la pobreza en su significado más alto: un hombre pobre es aquel que no quiere nada, que no sabe nada, que no posee nada. Hablaremos de estos tres puntos y os ruego, por el amor de Dios, comprender esta Verdad si podéis. Y si no la comprendéis, no os preocupéis, porque quiero hablar de un aspecto de la Verdad que pocas personas, incluso virtuosas, la comprenderán.

En primer lugar diremos que un hombre pobre es aquel que no quiere nada.
Algunos no entienden bien este sentido: son las personas que se apegan a la penitencia y a los ejercicios externos a los que dan importancia porque se buscan en ellos a sí mismas. ¡Que Dios se apiade de ellas por tener un conocimiento tan pobre de la Verdad divina! A estas personas les llaman santas por las apariencias externas, pero interiormente son asnos, porque no saben discernir el sentido profundo de la Verdad Divina. Estos dicen bien que un hombre pobre es aquel que no quiere nada, pero lo interpretan en el sentido de que el hombre debe vivir sin realizar en nada su voluntad y además que debe esforzarse en cumplir la querida voluntad de Dios. Estas personas están bien encaminadas porque su intención es buena, así pues les elogiaremos. ¡Que Dios en su misericordia, les conceda el Reino de los Cielos!. Pero yo digo, desde la divina Verdad, que estas no son personas pobres de espíritu, ni incluso lo parecen. A los ojos de los demás, que no saben nada mejor, tienen una gran consideración. Pero yo digo que son asnos que no entienden nada de la Verdad Divina. Gracias a su buena intención, obtendrán sin duda el Reino de los Cielos, pero de la pobreza que queremos hablar ahora, no saben nada.
Si me preguntan qué es un hombre pobre, que no quiere nada, diría: mientras el hombre sea tal que su voluntad sea realizar la amada voluntad de Dios, este hombre no tiene la pobreza de la que queremos hablar, pues este hombre tiene una voluntad por la cual quiere satisfacer la voluntad de Dios y esta no es la auténtica pobreza. Pues si el hombre debe ser auténticamente pobre, debe estar tan desprovisto de su voluntad creada como lo era cuando no existía. Desde la eterna Verdad os digo: mientras tengáis la voluntad de realizar la voluntad de Dios y tengáis el deseo de la eternidad y de Dios, no sois pobres de espíritu. Solo es pobre aquel que no quiere ni desea nada.
Cuando yo me hallaba aún en mi causa primigenia, no tenía Dios y era la causa de mi mismo; no quería nada, no deseaba nada, pues era un ser libre y me conocía a mí mismo en el gozo de la Verdad. Me quería a mí mismo y no quería ninguna otra cosa; lo que quería, lo era y lo que era, lo quería y ahí estaba despegado de Dios y de todas las cosas. Pero cuando, por mi libre decisión, salí para recibir mi naturaleza creada, tuve un Dios, pues antes que hubieran las criaturas, Dios no era Dios, El era El que era.
Cuando las criaturas llegaron a ser recibiendo a su ser creado, Dios no era Dios en sí mismo, sino que era Dios en las criaturas.
Así pues, decimos que Dios, en tanto que ese Dios, no es el fin supremo de la criatura, ni todas las riquezas que pueda concebir en El. Y si fuera posible que una mosca posea raciocinio y fuese capaz de buscar el abismo eterno de la Verdad divina del que ella procede, diríamos: que Dios, por más que fuera Dios, no podría dar plenitud y satisfacción a esta mosca. Por esto, rogamos a Dios que nos despojemos de Dios y podamos acoger esta verdad y gozar plenamente de ella, allí donde los Ángeles más elevados, la mosca y el alma son iguales, allí donde yo estaba, donde quería lo que era y era lo que quería. Decimos pues: si el hombre ha de ser pobre de voluntad, no debe querer ni desear sino ser tal como era cuando no era. Y de esta manera no queriendo nada, es pobre el hombre.

En segundo lugar, es pobre aquel que no sabe nada.
En alguna oportunidad hemos dicho que el hombre debería vivir como si no viviera ni para sí mismo, ni para la verdad, ni para Dios. Pero ahora iremos más lejos diciendo que el hombre que tiene esta pobreza debe vivir de manera tal que ignore incluso que no vive ni para sí mismo, ni para la Verdad, ni para Dios. Debe estar de tal manera despojado de todo saber que no sepa, ni reconozca, ni sienta que Dios vive en él; más aún, debe estar despojado de todo conocimiento vivo en él. Pues cuando el hombre se encontraba en el Ser eterno de Dios, no vivía en él ninguna otra cosa; antes bien, lo que vivía era él mismo. Decimos pues, que el hombre debe estar tan despojado de su propio saber como estaba cuando no había nacido, dejando a Dios actuar según su propia Voluntad y permaneciendo libre.
Todo lo que existe viene de Dios y tiene como fin una actividad pura. Pero la actividad propia del hombre es amar y conocer. Entonces se plantea la cuestión de saber dónde se encuentra esencialmente la Bienaventuranza. Algunos maestros han dicho que reside en el amor, otros que en el conocimiento, otros dicen que reside en el conocimiento y el amor, y estos aciertan mas. Pero nosotros decimos que no reside ni en el conocimiento ni en el amor sino que más bien existe en un fondo del alma de donde fluyen el conocimiento y el amor. Este fondo no conoce ni ama como lo hacen las potencias del alma. Este fondo no tiene ni antes ni después y no está  a la espera de ninguna cosa adicional, pues no puede ni ganar ni perder. Por esto, este fondo se halla privado también de saber que Dios actúa en él. Este fondo goza él mismo de sí mismo, según el modo de Dios. Decimos pues, que el hombre debe estar libre y despojado, de suerte que no sepa ni conozca la acción de Dios en él; así es como el hombre puede poseer la pobreza.
Dicen los maestros: Dios es un Ser, un Ser dotado de entendimiento que conoce todas las cosas. Pero nosotros decimos que Dios ni es un Ser, ni está dotado de inteligencia y no conoce ni esto ni aquello. Por lo cual, Dios es libre de cualquier cosa por tanto El es todas las cosas. Aquel que debe de ser pobre de espíritu debe ser pobre de su propio saber, de forma que no sepa nada de nada, ni de Dios, ni de la criatura, ni de sí mismo. Para conseguirlo es necesario que el hombre tienda a no saber ni conocer nada de las obras de Dios. De esta manera el hombre puede ser pobre en su propio saber.

En tercer lugar, es pobre el hombre que no posee nada.
Muchas personas han dicho que la perfección consiste en no poseer ningún bien material, y en un sentido es verdad para los que lo realizan voluntariamente. Mas este no es el sentido al cual me refiero yo. Acabo de decir que un hombre pobre es aquel que no solamente no busca hacer la voluntad de Dios, sino que vive de tal forma que está  liberado de su voluntad propia y de la voluntad de Dios, como estaba cuando no existía. Decimos que esta es la pobreza más alta. En segundo lugar, hemos dicho que un hombre pobre es aquel que no sabe nada de las obras que Dios opera en él. Quien así está  libre del saber y del conocer, lo mismo que Dios está liberado de toda cosa, posee la más pura pobreza. Pero la tercera, de la cual queremos hablar ahora, es la más íntima y la más auténtica: la del hombre que no tiene nada.
¡Considerad esto con empeño y seriedad!. Hemos dicho a menudo, y también grandes maestros lo han dicho, que el hombre debe estar libre de toda cosa y de toda obra, tanto interiores como exteriores de forma que pueda ser lugar propio de Dios donde El pueda actuar. Ahora decimos otra cosa. Si el hombre se ha liberado de las criaturas, de Dios y de sí mismo, pero si todavía es algo donde Dios encuentra un lugar donde actuar, decimos: mientras esto sea así en este hombre, este hombre no vive la extrema pobreza. Pues en sus actuaciones, Dios no busca un lugar en el hombre donde pueda actuar; la pobreza de espíritu es que el hombre está de tal manera libre de Dios y de todas sus obras que Dios, si quiere actuar en el alma, sea El mismo el lugar donde quiere actuar, y esto lo hará con mucho gusto. Pues cuando Dios encuentre al hombre en tal pobreza, realizar  su propia obra y el hombre existir  para experimentar a Dios en él. Siendo Dios el Hacedor en sí mismo, el hombre, en esta pobreza, reencuentra el Ser eterno que ha sido, que es ahora y que ha de ser eternamente.
San Pablo dice: "Todo lo que soy, lo soy por la Gracia de Dios". Ahora bien, nuestro discurso parece situarse por encima de la Gracia, del Ser, del Conocimiento, de la Verdad y por encima de todo deseo. ¿Cómo, entonces, puede ser verdadera la palabra de San Pablo?. Sobre eso podemos responder que las palabras de San Pablo son verdaderas. Era necesario que la Gracia estuviera en él. Pues, habitando la Gracia en él, permitió que lo que era "accidente" se convirtiera en "substancia". Cuando la Gracia hubo terminado su obra, Pablo permaneció lo que siempre había sido.
Decimos, pues, que el hombre debe de ser tan pobre que no tenga ni posea en él ningún lugar donde Dios pueda actuar. Mientras reserve una localización, cualquiera que sea, mantiene una diferencia. Por esto, ruego a Dios que me libere de Dios, pues mi ser esencial está por encima de Dios, en cuanto consideramos a Dios como principio de las criaturas.
En esta divinidad, tal como yo la he descrito, donde Dios está  por encima de todo ser y de toda distinción, ahí yo era mí mismo, me quise a mí mismo y me conocí a mí mismo, para hacer este hombre que soy y por ello soy la causa de mí mismo y me conocí a mi mismo, para hacer este hombre que soy y por ello soy la causa de mi mismo según mi esencia que es eterna, y no en cuanto a mi devenir que es temporal. Y por ello, soy un no-nacido y según mi virtud de no-nacido no puedo morir jamás. En virtud de mi nacimiento eterno, he sido eternamente, soy ahora y permanecer  eternamente. Lo que soy a causa de mi nacimiento, habrá de morir y de aniquilarse, pues está  destinado a desaparecer y a corromperse con el tiempo. Pero en mi nacimiento eterno, todas las cosas nacieron y soy la causa de mí mismo y de todas las cosas. Si hubiera querido, no sería yo, ni serían todas las cosas, y si yo no fuera, tampoco sería Dios Que Dios sea Dios yo soy la causa; si yo no fuera, Dios no sería Dios. Mas no es de primera necesidad saber esto.
Un gran maestro ha dicho que su apertura es más noble que su emanación, y es verdad. Cuando yo fluía de Dios, todas las cosas dijeron: Dios es. Esto no puede, no obstante, hacerme feliz pues así solo me conozco en tanto que criatura. Pero en la apertura, donde estoy libre de mi propia voluntad y de la de Dios y de todas sus obras y de Dios mismo, estoy más allá de todas las criaturas y no soy ni Dios ni criatura. Sino que soy mucho más, soy lo que yo era, lo que permanecer‚ ahora y siempre. Ahí, recibo un impulso que me eleva por encima de todos los  Angeles. En este impulso, recibo una riqueza tal que Dios no puede serme suficiente con todo lo que es como Dios y con todas sus obras divinas. En efecto en esta apertura recibo el don de que Dios y yo somos Uno. Allí soy lo que era, no crezco ni sufro mengua, ya que soy una causa inmóvil que mueve todas las cosas. Entonces Dios no encuentra ya lugar en el hombre, pues a causa de esta pobreza el hombre redescubre lo que ha sido eternamente y lo que seguir  siendo por siempre jamás. Aquí Dios es uno con el espíritu y ésta es la suprema pobreza que se puede hallar.
Quien no comprenda este discurso que no se aflija en su corazón. Mientras un hombre no está‚ a la altura de esta Verdad, no puede comprender el alcance de lo que presento, pues se trata de una Verdad inmediata y que surge sin velo directamente del corazón de Dios.
Que Dios nos ayude a poder vivir de modo tal que la experimentemos eternamente. Amen.

El Maestro Eckhart




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